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Aproximadamente por el segundo kilómetro me detengo entusiasmado ante lo que ven mis ojos. Desviándonos por un instante de la ascensión que nos ocupa, se levanta una rampa de hormigón con tonos rosáceos (así qué la bauticé como la cuesta rosa) borrados por la humedad y poblada de hojas caídas mojadas, de castañas así como de los capuchones que las contienen abiertos y húmedos y demás hojarasca del lugar, también pequeños hilos de agua cruzaban la cuesta. Decidí subirla y calculé que tendría unos 300 metros en donde la pendiente, ojo al dato!, no baja del 17%! Manteniendo una media sobre el 21%!! Y con tramos que rondarían el 30%!. Tal como estaba en esta época del año, subirla en bici sería labor de titanes pues la humedad del tramo haría que más que subir bajáramos rodando como piedras.
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