Descripción: Con el siniestro apelativo de la “Torre del Diablo” se conocía antiguamente esta torre de vigilancia del siglo XIII que desde sus 656 m de altitud domina toda la Costa Bermeja entre Argelès-sur-Mer y Portbou. Y no está mal elegido tal nombre por cuanto su ascensión reúne todas las dificultades que el diablo puede oponer a cualquier cicloturista por muy avezado que este sea. Será especialmente una la que conseguirá que no pueda culminar con éxito su ataque a la torre: la tramontana sopla a veces con tal violencia que más vale no intentarlo. Y si al habitual e intenso viento añadimos la tremenda exigencia de su tramo final podemos concluir que es el mismo demonio quien se opone a nuestra empresa. El nombre de Madeloc aparece documentado desde el siglo X como Pogium Madalauco, que designaría probablemente a un personaje de origen germánico y que ha dejado su huella en esta cima de la sierra de la Albera entre el Alto Ampurdán gerundense y el Rosellón francés. El rey Jaime II de Mallorca, también conde del Rosellón, quiso proteger sus dominios tanto de las razzias moras en la costa, como de los ataques del rey de Francia y el de Aragón. La Tour Madeloc formaba parte de una red de torres de vigilancia junto con la vecina Torre de la Massana, comunicadas entre sí por señales luminosas y conectadas ambas con el castillo de Collioure, residencia veraniega de los reyes mallorquines. Todas ellas fueron reformadas en el siglo XVII por Vauban, el ingeniero militar del Rey Sol. Nuestro gran amigo Claudio Montefusco en su blog Bicicleta y puertos de montaña, cuya lectura os recomendamos, describe con precisión la ascensión a este puerto. Para conquistar la Torre de Madeloc podemos hacerlo desde Colliure más al norte o, como nosotros en este caso, por la vertiente sur que parte de Banyuls-sur-Mer, más corta y por tanto más exigente que su hermana, aunque ambas comparten el mismo terrorífico final. En el tramo inicial nos veremos sorprendidos con el Museo de los Templarios y la Casa del Terror, que parecen echarnos el mal de ojo. Los siguientes kilómetros hasta el Coll de Llagostera discurren entre viñedos que dan cara al mar sobre terrazas muy estrechas retenidas por muretes de piedra. A nuestra espalda la Costa Bermeja describe un trazado marítimo muy irregular donde los diferentes azules de cielo y mar contrastan en función de la luminosidad del día elegido. Y es en la amplísima gama de colores donde reside toda la belleza de esta comarca: de un lado el color rojizo de sus suelos con algún toque verdoso de la vegetación, y de otro la ligereza y dulzura del azul Mediterráneo, con el añadido magnífico de una luminosidad excepcional. No es por ello extraño que numerosos artistas hayan elegido esta costa como lugar de inspiración y estancia: Cézanne, Matisse o Picasso, entre otros. Si podemos fijarnos en todo ello es porque, aunque ocasionalmente las rampas alcancen el 10%, no pueden impedir que disfrutemos de unas vistas maravillosas en nuestro entretenido pedaleo. Precisamente en ese collado encontraremos una tabla de orientación en el centro de un mirador magnífico sobre el vasto panorama. Pero la ruta sigue con su trazado ascendente hasta un nuevo collado, el de los Gascones, que da paso a un kilómetro llano que nos vendrá a las mil maravillas para recuperar fuerzas para el esfuerzo definitivo. ¡Y aún seguimos sin ver la torre cuando solo nos faltan 3 km para llegar a la cima! No os impacientéis: en unos centenares de metros daremos vista a su figura cilíndrica. Aunque quizás hubiéramos preferido no haberla divisado, por cuanto esa escalofriante pared final puede helarnos la sangre como en una novedosa película de terror. No haremos caso al doble cartel de dirección prohibida haciéndonos los despistados. De lo que no podremos despistarnos es de elegir bien el desarrollo y poner todas nuestras energías en afrontar ese brutal colofón que se nos hará eterno, mientras vamos dejando en los márgenes diversas construcciones militares, hoy abandonadas, y hasta nueve herraduras que nos cambiarán la perspectiva y darán variedad a ese final de la escalada. Y al coronar gozaremos en la contemplación extasiada de una panorámica excelsa en todas las direcciones: Collioure, Port-Vendres, las fortificaciones, los viñedos, las numerosas albuferas de esta zona, la visión increíble de la arenosa Costa Bermeja, que describe una curva maravillosa desde nuestros pies hasta el infinito… Y hacia el interior la Tour de la Massana, presidiendo la sierra de la Albera con el vecino Pico Neulos. Y un poco más lejos la cima del Canigó sobre la extensa plana del Rosellón. Incluso hemos podido adivinar, baja la capa brumosa, la larga cadena de Les Corbières de donde emerge el monumental Monte Tauch. Pero eso será en otra oportunidad: hoy no quisiéramos tener que abandonar nunca este privilegiado observatorio, donde aunque “el diablo ande suelto, hasta beato se ha vuelto”. |