Descripción: La Sierra del Alto Rey se halla casi en el extremo oriental del Sistema Central y el pico homónimo es su culminación y última cumbre importante de la cordillera. Es una sierra bastante aislada: no hay alturas similares en derredor hasta muy en lontananza y el amplio valle del Sorbe la separa del resto del sistema; por ello, el panorama que desde la cumbre se contempla es muy abierto. Con todo conviene poner atención a un elemento característico de muchas montañas altas y despejadas como esta: suele soplar habitualmente mucho viento y en invierno el hielo puede convertir su ascenso en peligroso. De todas maneras no conseguiremos alcanzar la cumbre del Alto Rey a no ser que vengamos en BTT o gravel, por cuanto el asfalto solo llega hasta las antenas de la antigua base de vigilancia aérea que se ubica en el pico conocido como El Picoz. Pero en cualquier caso no saldremos defraudados de una ascensión espectacular y con unas vistas impresionantes, siendo una de las duras de toda Castilla La Mancha. Partiremos para ello desde un puente en la GU-140 a su paso sobre el río Cristóbal viniendo desde la capital provincial por la CM-1006. De aperitivo poco más de 1 km y alguna rampa de doble dígito en auténtico “territorio comanche” hasta llegar al primero de los “pueblos dorados” que encontraremos en nuestra ruta: Las Navas de Jadraque. Hay quien dice que les recuerdan a los “pueblos negros” del entorno de Majaelrayo y, aunque es cierto que la tranquilidad que se respira en ambos parajes es similar, hay diferencias importantes, empezando por su ubicación: están situados en la falda de la Sierra del Alto Rey. Los pueblos (edificios, calles, iglesias, fuentes,…) están construidos con una piedra con alto contenido de mica característica que, cuando recibe los rayos del sol, adquiere un tono dorado. así llamados por el uso de cuarcitas en los muros y pizarra para los tejados. El casco urbano de Las Navas de Jadraque, bien conservado y con las calles empedradas, nos permite admirar sus casas tradicionales, la escuela y el lavadero, formando un conjunto dorado muy armonioso. Cuatros kilómetros, en general más llevaderos pero que esconden alguna rampa exigente, y nos encontraremos con un nuevo “pueblo dorado”, Bustares, que nos recibe con nuevas rampas como para darse importancia. En esta población destaca su trama urbana, que tiene como centro neurálgico la Plaza Mayor, presidida por la iglesia de San Lorenzo, del siglo XIII, en la que se distinguen restos románicos y que guarda en su interior la talla en alabastro de la Virgen de la Trapa y la cruz procesional, del siglo XVI, tallada en plata. Algunos autores señalan que en esta iglesia pudo yacer el cuerpo de Juan José Arias de Saavedra, tutor de Jovellanos. También aquí encontraremos la fuente vieja, construida durante el reinado de Carlos IV, un ejemplo más de un rico patrimonio que nos habla de la historia del lugar. Los “pueblo dorados”, de los que hemos conocido dos buenos ejemplos, nos sorprenden además con una rica gastronomía, sus fiestas ancestrales y tradiciones, conformando con todo ello una comarca que bien merece una visita. Para conocer lo que nos espera desde Bustares hasta coronar en las antenas de El Picoz, podemos seguir la descripción de la vertiente de Villares de Jadraque que aquí converge. Pero no queremos despedir este comentario sin contaros otra de las leyendas que pasaban de abuelos a nietos en las largas noches de invierno de esta comarca y alrededor de una montaña tan espectacular como la que nos ocupa: la del “aceite de la cueva”. Bajo la ermita del Alto Rey, en la falda sur de la montaña, hay una cueva donde manaba aceite que procedía del altar de la ermita. Junto a esta vivía durante todo el año un ermitaño que era el encargado de recoger diariamente en una vasija el aceite que gota a gota manaba de la techumbre de la pequeña oquedad que provenía directamente del altar de la ermita, aceite que se empleaba para hacer lucir las lámparas del templo. Llegaron tiempos de carestía y hubo un día en que el ermitaño no tenía qué comer, pues hacía varias jornadas que de la caridad no había sacado nada. Por ello tuvo la fatal tentación de untar el aceite que había recogido en un mendrugo de pan durísimo que tenía desde hace días. Desde entonces dejó de manar aceite y empezó caer agua, como hoy ocurre. Eso dicen, porque la verdad es que en toda la ascensión no será el líquido elemento quien se nos brinde en caso de necesidad, algo que bien nos vendría en esos días tórridos que aquí son frecuentes. Pero con agua o sin ella no podemos visitar los “pueblos dorados” de Guadalajara sin ascender a la sierra del Alto Rey que nos contempla impertérrita desde sus más de 1850 m de altitud. |