SEGOVIA NAVAPELEGRÍN
La Pradera de Navalhorno
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Altitud: 1712 m Distancia: 6,44 km Desnivel: 517 m Pendiente Media: 8,02 % Coeficiente: 154
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Navapelegrín




Fotos cortesía de Buru


Localización: Iniciaremos esta subida en la Pradera de Navalhorno, en la confluencia de la Calle de la Primera con la carretera CL-601 (en su PK 10); entre la tapia de la serrería «Maderas de Valsaín» y un hostal-eestaurante.
Especificaciones: Carretera de unos 3 m de anchura, en perfectas condiciones debido al reciente asfaltado al que fue sometida en el verano de 2010. En primavera y verano la carretera puede verse afectada por las labores de tala y limpieza de los pinares y en invierno por la acumulación de nieve.
Fuentes: Ninguna conocida. En Valsaín existen varias donde podremos llenar los bidones. No obstante la subida se realiza por un tupido pinar que hará que en días muy calurosos estemos resguardados del sol.
Descripción: Un paseo largo, adoquinado, flanqueado por álamos de gran altura será el inicio de la subida que nos ocupa. Esa primera calle y los 250 m restantes serán los únicos en los que rodaremos con la circulación abierta al tráfico, aunque lo cierto es que en esos metros encontraremos poco o nada de circulación. Rodeando el Aserradero Real abandonaremos el núcleo urbano de Pradera de Navalhorno para, tras atravesar una barrera que prohíbe el paso al tráfico no autorizado, comenzaremos a adentrarnos en los tupidos pinares donde ya, en épocas muy remotas, nobleza y monarquía disfrutaban de la caza del oso y otras especies de caza mayor. Nuestros primeros pasos serán muy cómodos, y desde el principio nos sorprenderán los centenares de troncos de pinos apilados a los lados de la calzada: estructuras enormes de ejemplares de diversos tamaños y grosores amontonados esperando a convertirse en muebles, puertas, listones, postes, etc., o carteles, carteles de puertos (burucarteles para los amigos de APM).
La benevolencia de los primeros tramos, en los que avanzaremos entre robledos, dejará que nos vayamos acostumbrando al terreno, que nuestro rodar sea tranquilo, sosegado y que las conversaciones fluyan mientras seguimos flanqueados por los tocones de los árboles talados que conforman muros de 4 y 5 m de altura. En verano las sombras abundantes, la temperatura no muy alta, el sonido del agua relajante, el olor a pino y el murmullo de la fauna harán que nos olvidemos de todo: estaremos solos donde queríamos.
Una vez que pasemos el «Puente de los Tres Maderos», que pasa por encima del arroyo de la Chorranca, cuyas aguas nacen a más de 2.000 m, comenzaremos a darnos cuenta de la magnitud de los muchos tramos duros con los que vamos a tener que pelearnos si queremos conseguir culminar esta ascensión. La carretera en perfecto estado, estrecha, la vegetación densa y ni un solo ruido, únicamente nuestro respirar y el roce de nuestros neumáticos deslizando por el fino asfalto cada vez un poco más despacio. La carretera va ganando en inclinación y las rampas comienzan a situarse en dobles dígitos y no parecen querer irse. Sólo de vez en cuando nos dan un respiro para dejar que nos preparemos para el siguiente. Son varios los caminos y pistas que salen a los lados de la carretera, pistas que se dirigen por ejemplo a las ruinas de la Casa del Cebo, un antiguo cebadero de jabalíes del siglo XVIII, una edificación de menos de un metro de altura, alargada, donde entre álamos, cerezos y sauces se daba de comer a estos «cerdos salvajes». Hay quien dice que las subidas duras, si no tienen tramos de hormigón, no lo son tanto. Poco después de dejar atrás el camino que lleva a la Casa del Cebo la carretera se levantará más y más, y no se dejará al pie de una curva de herradura donde han preferido no asfaltar y dejar una áspera capa de hormigón. Nuestras piernas temblarán y tendremos que tener pericia si ese tramo está húmedo o con pinocha, ya que se hará complicado mantener en esas condiciones la tracción en nuestra bicicleta. Por suerte el tramo no dura mucho más de 300 m y poco más arriba un descanso nos espera, para que podamos recuperar el aliento y mirar hacia atrás para ver lo que acabamos de superar. Un pequeño descanso nos hará coger fuerzas para los dos tramos más duros de la subida. En el primero casi rectilíneo, durante casi medio kilómetro la inclinación no bajará apenas del 14%. El siguiente casi enlazado, con 100 m de descanso, con menos inclinación media pero con una fatídica curva final en forma de «S» que hará que tengamos que apretar fuerte los dientes, los pedales y el orgullo. Una vez superada esta doble curva, podremos respirar en otro pequeño descanso y, justo en ese punto, una pista de tierra, nos conducirá tras un paseo breve a la Silla del Rey, un pequeño mirador con un «sillón» labrado en la roca, en el que se sentaba el esposo de Isabel II, Don Francisco de Asís de Borbón, allá por 1.848, como reza la inscripción que talló el cantero.
Pese a lo duro de la subida, el nulo tráfico y la majestuosidad de la zona hacen posible que seamos capaces de imaginarnos al rey Alfonso XI cazando el oso que según los escritos mató en Nava Pelegrín, o siglos después a cualquier Borbón, sentado, tomando un refrigerio tras la cacería, admirando el valle del Eresma o el Real Sitio.
De aquí a la cima apenas nos separan 800 m. muy constantes, sin grandes sobresaltos, pero ojo con descuidarnos, pues la pendiente media se situará entre el 8% y el 10%, metidos como siempre en el pinar y sin poder atisbar dónde termina nuestro reto. Pasando, por poco, por encima de los 1.700 m de altitud se termina la ascensión.
Mapa situación:

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