JAÉN COLLADO DEL AGUA DE LOS PERROS
Charco del Aceite
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Altitud: 1222 m Distancia: 11,18 km Desnivel: 682 m Pendiente Media: 6,1 % Coeficiente: 157
 

Altigrafía y comentarios enviados por:
M. Baeza, J. B. Rite y M. Cerván

 

Localización: Nos encontramos en una de las puertas occidentales de entrada a la Sierra de Cazorla, Segura y Las Villas, la que va camino de Embalse del Tranco de Beas; concretamente tomamos un desvío que desde la A-6202 parte hasta el mismo río Guadalquivir en el lugar denominado como Charco del Aceite. Sobre el puente que lo vadea iniciaremos el ascenso del puerto siguiendo la carretera transversal de la Sierra de las Villas.


Especificaciones: Carretera estrecha, de unos 3,5 m. o 4 m. a lo sumo. Aunque ha sido recientemente arreglada, la abundancia de gravilla la hace le añdade un punto extra de peligrosidad. Carece de señalización vertical y horizontal. Excepto en el tramo en que predominan los olivos (km. 1-5), las sombras son abundantes. El tráfico, tanto en el puerto como en la carretera que continúa desde su cima, es prácticamente inexistente.

Fuentes: El agua –o mejor dicho la falta de ésta- no será ningún problema. Hasta cuatro fuentes hemos observado, todas ellas en perfecto funcionamiento. Incluso después del puerto, camino del collado de la Traviesa, nos encontraremos con alguna otra.

Comentario: No ha tiempo a que se escurran las aguas del río grande de Andalucía desde su cuna, cuando un enorme dique se eleva para impedirles su paso natural y permitir, así, embalsarlas para el uso humano y también, por supuesto, de la fauna toda que habita estas sierras. Así, el Embalse del Tranco de Beas se ha convertido en el abrevadero del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, además de ser uno de los principales pantanos de la comunidad por su gran capacidad.
El Guadalquivir, más pausado, retoma su curso después del cemento hasta que, al punto, vuelve a reposarse en un nuevo remanso conocido como Charco del Aceite. Aquí se reune en verano una multitud para disfrutar de un agradable baño en las aguas del río en una zona excelentemente habilitada para el recreo turístico.
Pues bien, desde este lugar -así llamado, según se cuenta, porque un arriero dejó caer un odre de aceite por accidente cuando lo transportaba desde un molino cercano- tiene su inicio la carretera que atraviesa transversalmente la Sierra de las Villas por unos parajes de ensueño, parajes en los que nosotros vamos a adentrarnos ahora.
Un estrecho puente nos sirve para vadear el río, en cuyas márgenes verdea toda clase de vegetación riparia a la sombra de las rocosas paredes que encajonan el cauce formando una garganta.
En este punto precisamente viene a juntarse al Guadalquivir el arroyo de María, el cual nos disponemos a remontar durante un kilómetro en que el follaje cubrirá prácticamente en todo momento nuestras cabezas. Asombra la humedad reinante del soto, que contrasta con el paisaje cercano, el olivar, cultivo de secano, que se convertirá en la vegetación predominante en el momento en que crucemos el puente que atraviesa el arroyo de María.
Tras la vaguada a derechas que salva el arroyo, la fisonomía del puerto cambia por completo: hemos de salvar unos 350 m. de desnivel en poco más de 4 km. a base de torcer herraduras, hasta un total de once se cuentan en este tramo para ser exactos.
Remontamos una ladera cubierta de olivos en su mayor parte, árbol que no es ni de ramaje muy tupido ni muy elevado de copa, por lo que vamos a gozar de continuas panorámicas sobre la garganta excavada por el río y las altas peñas que lo jalonan.
La estrechez de la carretera, su espectacular trazado, la abundante gravilla en tramos y el barranco cada vez más profundo resultan espeluznantes. Ni siquiera esos bellísimos y característicos malecones que lindan a modo de protección con el precipicio nos sustraen de un cierto temor. Y es que sólo de pensar en descender por aquí con ruedas finas nos estremecemos.
Seguimos la estela descrita por la rodadura de los coches para evitar sustos y nos concentramos poco a poco en las rampas. Hasta coronar el primer altillo la pendiente media se sitúa por encima del 8%, cosa seria, siendo el primer kilómetro el que mayor porcentaje arroja. Las rampas de doble dígito no escasean, alcanzándose picos de hasta el 13%.
Coronamos junto a una pista que se dirige a La Albarda. Esta pista la hemos visto metros atrás cómo se remonta por entre las peñas que se elevan hasta los 1.726 m. del Caballo Torraso en un trazado espectacular. Desconocedores del camino que habríamos de tomar, por momentos llegamos a pensar que se trataba de la carretera del puerto.
Dejamos la pista de la Albarda -bien indicada, por cierto- a nuestra izquierda a la vez que abandonamos la compañía del cuasi omnipresente olivar. Nos adentramos ahora en una tramo frondoso originado, a buen seguro, por la humedad que proporcionan los distintos caudales que chorrean por las cañadas. En una primera vaguada atravesamos el arroyo de Martín, cuyas aguas descienden barranco abajo desde la cordillera de las Lagunillas.
Tras una segunda vaguada, también a derechas, ha sido habilitada el área recreativa “Los Cerezos”, en un emplazamiento especialmente umbroso por el espesor de la verdura. En el lado izquierdo de la carretera encontramos una fuente -la segunda que hemos visto hasta ahora y que, a la postre, será la de más caudaloso caño con que nos topemos- que nos invita a hacer un alto y saciar la sed con sus límpidas aguas.
Este agradable descansillo no concluirá sino una vez que, pasado en descenso el Cortijo de Arroyo Martín, alcancemos una tercera curva de vaguada. Cuatro kilómetros y medio nos restan desde este punto hasta coronar el collado y, si bien sus números globales son inferiores al de la loma de los olivos, es preciso notar que esconde tramos aislados de una dificultad por encima de lo superado hasta ahora.
A media ladera ascendemos de forma prácticamente rectilínea y con el barranquillo siempre a nuestra derecha durante unos dos kilómetros. Un pinar dará sombra a nuestras cabezas durante este trecho escoltado siempre por los petreos muros de las lajas o lanchas que descuellan en la Sierra de las Villas.
Llegamos a una nueva fuente, la llamada del Tobazo, a partir de la cual notaremos un descenso en la pendiente que, al poco, ofrece una mejor tregua en forma de llano.
De nuevo otra fuente, la cuarta y última, servirá de referencia para el tramo final del ascenso: nos restan ya tan sólo un par de kilómetros, siendo el primero bastante exigente. Vuelven, además, las herraduras. Hasta seis habremos de afrontar antes de coronar el puerto. Alguna se asoma por un precipicio de vértigo y se anticipa, así, al cercano mirador del Tapadero.
La parada en el mirador es obligatoria para todo amante de los paisajes naturales: la vista se pierde en la profundidad de los barranquillos, en concreto del desfiladero ahondado por el arroyo de Chíllar, mientras que las sierras vecinas rasgan el horizonte entre las que despunta, allá a lo lejos, la cima del Yelmo con sus poco más de 1.800 m. de altitud. Tampoco podemos evitar detener nuestra mirada en el trazado que la carretera dibuja en la montaña, carretera que hace unos instantes hemos surcado jadeantes.
Recuperado el resuello, continuamos la marcha por rampas que alcanzan el 15% de pendiente. Una herradura a izquierdas es rápidamente respondida por otra a derechas. Poco a poco la pendiente mengua y una última curva a izquierdas nos enfila hasta el collado del Agua de los Perros o del Agua los Perros, al decir de los lugareños. Lo coronamos, pese a que en su cartel reza la altitud de 1.200 m., a 1.222 m. para ser exactos.
En las proximidades destacan el denominado Ojo de Agua los Perros o Piedra del Agujero (1.355 m.), una oquedad que la erosión ha provocado a fuer de ventana en la pared rocosa. O la formación denominada como Iglesia del Agua los Perros, una blanca roca horadada por donde el agua se despeña desde gran altura.
La carretera, desde el collado continúa. De hecho, tan sólo acabamos de empezar: unos cincuenta kilómetros restan hasta Mogón plagados de curvas, barrancos, cuestas, algún puertecillo y, sobre todo, paisajes de cuento en un marco incomparable: la Sierra de las Cuatro Villas.


Fotos:
Puente sobre el Guadalquivir junto al “Charco del Aceite”:


El río fluye encajonado entre rocas:


Frondosa vegetación adorna el inicio del puerto junto al arroyo de María:




Tras la vaguada iniciamos el tramo de herraduras:


Los pinos irán dando paso al olivar:

Altimetrías de Puertos de Montaña
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