Comentario: Largo, muy largo, moderadamente duro, pero sobre todo escénico y de espectacular trazado, no muchos puertos de nuestra geografía van a colmar de satisfacciones nuestro espíritu escalador como este bien afamado del Sol.
En las inmediaciones del Embalse de la Viñuela comienza la subida, remontando el valle con suavidad como si la carretera no tuviera prisa en ganar altitud. A nuestra derecha quedarán los desvíos de Alcaucín, primero, y Ventas de Zafarraya en segundo lugar, momento en que un levísimo descenso nos sitúa en el elegante puente que atraviesa el río Seco.
Retomamos el ligero ascenso escoltados por la enorme mole de la Sierra de Tejeda a nuestra espalda, con la cresta canosa que las nieves invernales le propician. Las lomas bajas, próximas a nuestro paso, se muestran cubiertas de un vasto olivar cuyo fruto da origen al famoso aceite verdial de la comarca, Abandonado el cultivo de la vid, toda vez que se vio mermado tiempo ha por la perniciosa filoxera.
Sin gran esfuerzo atravesamos bajo el puente que aún sostiene las vías del tren de cremallera –así denominado por contar en su locomotora con unas ruedas dentadas que engranaban en un tercer raíl para salvar grandes pendientes- fuera de uso desde principios de los años sesenta tras treinta y ocho años de servicio.
Sírvenos este puente como referencia del inicio de las hostilidades. Si hasta ahora el ascenso ha sido cómodo, en este punto, tras un giro a la derecha, la carretera se empina y se retuerce en una doble curva a derecha e izquierdas donde la pendiente media rondará el 8% y la máxima el 11%. La situación se “normaliza” cuando las rampas se sitúan en torno al 7% hasta Periana.
A nuestros pies caen las lomas hasta que las cubre el agua del embalse de la Viñuela y no podemos dejar de desviar nuestra mirada a los distintos caseríos que se dispersan por la Axarquía, entre los que destacan el de Comares, encaramado a un cerro escarpado, y Vélez-Málaga que se muestra tímido dominado, eso sí, por su fortaleza medieval.
Varios cientos de metros después de trazar una vaguada a izquierdas, vamos a alcanzar la famosa “curva de caga oro”. Pocas curvas, de herradura en este caso, han sido mudo y sufrido testigo (¡ay, si nos hablara!) de historias reales, como la que una leyenda refiere de ésta. Y es que, según dicen, cuando el Rey Alfonso XII vino a visitar el pueblo de Periana allá por 1884, después que un movimiento de tierra -conocido como “El terremoto de Andalucía”- agitara hasta asolar por completo la villa, se vio repentina e irremisiblemente obligado a hacer un alto en el camino debido a una urgencia gástrica. Y, como quiera que uno de los acompañantes de su majestad exclamara “esta cagada vale oro”, aún hoy la curva en que quedó depositada la Real hez es conocida como “curva de caga oro”, y así también un cortijo cercano.
Habiendo comprobado que no por poseer sangre azul se está exento de ciertas necesidades mundanas, abandonamos la curva dibujando en nuestro rostro una sonrisa socarrona y con la mirada puesta en Periana.
A las afueras del pueblo, cuando las rampas comienzan a suavizar, una nave industrial nos recibe. En este caso se trata de otro de los principales medios económicos del lugar: los melocotones. El durazno de Periana es famoso en toda España por su calidad. Introducido, al parecer, hace unos doscientos años por un vecino que había viajado a Argentina, debe su inigualable aroma y exquisito sabor al favorable clima de la zona y a la fertilidad de una -como ya hemos comprobado- tierra bien abonada.
Atravesamos el pueblo, de casas impolutamente encaladas, cuyos orígenes remontan a época musulmana, aunque hubo de ser reconstruido por completo tras el mencionado terremoto, por lo que no conserva apenas monumentos ni la típica estructura propia de dicha época. Sí que podemos encontrar en sus proximidades, no obstante, restos neolíticos y de civilizaciones prerromanas y romanas.
Al abandonar las calles del caserío, prestamos toda nuestra atención a los riscos calizos que se extienden hacia el Oeste, de notable belleza. No es de extrañar que esta zona sea denominada por algunos como “Los Pirineos del Sur”.
Pronto abandonaremos la carretera de Riogordo para desviarnos a la derecha en dirección a Alfarnate. Aún nos queda falso llano por recorrer y dejaremos varias aldeas a uno y otro lado de la vía. La primera de ellas es la de Baños de Vilo, balneario que estuviera otrora entre los más famosos del país y del que, desde los tiempos de los moros, se conocían sus propiedades curativas relativas principalmente a enfermedades de la piel tales como los herpes.
De seguido, atravesamos La Negra y dejamos a nuestra derecha, antes de cruzar el puente donde se inician los siete mágicos kilómetros finales, el cruce que se dirige hasta Guaro. Esta aldea cuenta con una fuente que mana formando cascadas de las aguas de uno de los lagos subterráneos más extensos de Europa, ubicado bajo la Sierra de Alhama.
Cruzamos el puente sobre el río Guaro y dejamos a nuestra derecha la mole blanca de la Sierra de Alhama para disponernos a homenajearnos con un opíparo ágape de herraduras. Un menú consistente de veintidós curvas en seis kilómetros que conforma un delicioso manjar nada despreciable para banquetear, sobre todo si los comensales son unos auténticos “locos de las cumbres”.
La soledad del entorno se ve interrumpida por algún rebaño bien apacentado o por el ladrido de los perros pastores. Pero pronto nos olvidamos de que transitamos por una carretera abierta al tráfico y nuestra mente se diluye en la grandiosidad del entorno que nos rodea: el mar, la nieve, el embalse, ríos y montañas forman un todo paisajístico sobrecogedor en un paraje en que la naturaleza es la absoluta dueña. Bien merecida se tiene la denominación de Parque Natural, sin lugar a dudas.
Tan sólo la panorámica que ganamos al torcer la siguiente curva supera a la anterior y ésta, a su vez, se ve superada por la siguiente y así sucesivamente hasta que coronemos el puerto.
Las lomas cubiertas de olivos han cedido protagonismo a un abrupto canchal cubierto predominantemente por encinas, acebuches, algunas manchas de almendros, retama, espárragos, palmito, esparto, tomillo y demás arbustos propios de la vegetación mediterránea.
Técnicamente poco hemos añadir a lo que se aprecia en la altigrafía: sólo mencionaremos que el viento de poniente, cuando sopla, suele dificultar el ascenso progresivamente, propiciándose una especie de efecto embudo en el collado que lo hace más potente y molesto a medida que nos acercamos a la cumbre del puerto.
Coronaremos a casi 1.100 m. s. n. m. entre la Sierra de Gallo-Vilo (o Sierra de Enmedio) y la Sierra de Zafarraya, punto en que una corta bajada se precipita hasta Alfarnate en un entorno de ensueño.
Fotos:
Iniciamos la subida con el cruce de Alcaucín a la vista:
Dejamos el ascenso al Boquete de Zafarraya para otra ocasión, giramos a la izquierda en pos de Periana:
Descenso corto y suave hasta el río Seco:
Después de pasar el puente, retomamos un ascenso todavía cómodo:
Majestuosa, la mole de la Maroma se yergue a nuestra espalda:
Pasamos bajo las vías del antiguo tren de cremallera:
Las rampas se endurecen:
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