Comentario: “El Everest de los puertos europeos”. Ésa es tal vez la mejor manera de definir un ascenso único en la geografía de Europa. En efecto, puede que haya puertos más duros, tal vez podamos discutir si los hay más bellos, pero ninguna carretera asfaltada del viejo continente llega a acariciar el cielo como la que trepa hasta la cumbre del Picacho del Veleta.
La historia de esta vía comienza a principios del siglo XX, allá por 1914, en que se incluye en el proyecto de obras públicas la construcción de una carretera que, partiendo desde Granada y por el antiguo “camino de los neveros”, enlazase con la carretera de Láujar a Órgiva atravesando Sierra Nevada.
Un año después se comenzaron los estudios y ya en 1919 se subastó el primer tramo de la obra, ingenio toda ella que debemos a D. Juan José Santa Cruz, madrileño de nacimiento.
Curiosamente, Santa Cruz propuso que la carretera habría de seguir otra ruta diferente a la que inicialmente se había considerado, la del “áspero camino de los neveros”, y la guió por el río Genil para comenzar a subir la cuesta en Pinos Genil o Pinillos, como él mismo escribía en un artículo de la Revista de Obras Públicas en 1924.
Por estas fechas, el auge de los deportes invernales con la creación de las distintas federaciones de esquí y la Sociedad “Sierra Nevada”, la construcción de un sanatorio, la del Hotel del Duque y la consiguiente promoción turística de una de las zonas más desconocidas de la geografía ibérica fueron el principal aliento para tamaña obra.
Finalmente, el 15 de septiembre de 1935 fue invitado el Ministro de Obras Públicas D. Manuel Berraco para inaugurar la rampa de acceso al Veleta en la que fue, según las crónicas, la primera ocasión en que un vehículo alcanzó el Picacho, como se le denominaba por entonces.
Al año siguiente fallecía en el paredón el ingeniero D. José Santa Cruz, fusilado por el bando nacional.
La carretera, no obstante, no se transitó íntegra hasta mediados los años sesenta. A partir de entonces era común encontrársela repleta de vehículos durante la época estival, cuando las nieves lo permitían.
Actualmente permanece asfaltada hasta la cota 3.200, si bien antaño lo estuvo prácticamente hasta la misma cima, donde acaba la pista. De hecho, se pretende eliminar los últimos 3 km. para devolver al maltratado Pico del Veleta un aspecto lo más parecido posible al que presentaba originalmente. Hasta Capileira sigue existiendo la pista diseñada por Santa Cruz, pero el asfalto se acaba a unos 1.800 m. s. n. m. partiendo desde el pueblo.
Nosotros, para esta ocasión, nos hemos decidido por la vertiente más dura que se puede ascender a día de hoy, algo que bien pronto cambiará con la apertura del camino de Hazas Llanas.
El caso es que esta vertiente se inicia al pie de Monachil y sube durante los primeros km. por ese “camino de los neveros” que desechó Santa Cruz cuando se hizo cargo del proyecto y que con los años llegó a asfaltarse, siendo ya un clásico entre los ciclistas aficionados y los profesionales que, desde su doble estreno en 2004, han tenido que padecer sus rampas en varias ocasiones.
Un par de kilómetros suaves nos servirán como calentamiento para lo que se nos avecina. Lo que más nos llama la atención de este inicio son las construcciones. Para quien no está habituado a convivir durante el invierno con la nieve, resultan extraños los peculiares techos de las casas, bien pertrechadas para el frío. Nada tiene que ver esto con la estructura típica de las casas de los pueblos blancos de Cádiz o Málaga, por citar un par de ejemplos. El caso es que tan sólo estamos a unos 750 m. de altitud, pero la influencia de las altas cumbres cercanas debe ser, a buen seguro, muy alta.
Al pasar por las urbanizaciones próximas a Huétor trazaremos las dos primeras curvas de herradura y salvaremos ya alguna que otra rampa de entidad a modo de aviso. Al punto, ganamos el primer descanso, aún pronto como para que las piernas lo agradezcan.
Nos adentramos en Monachil y un pellizco atenaza nuestro estómago: el Veleta no esconde sus cartas, sino que lo más duro nos lo vamos a encontrar al principio. Al salir nos topamos con un par de herraduras en las que la pendiente se dispara por encima de los dos dígitos, algo nada extraño durante los próximos 6,5 km.
La vegetación comienza a ralear y el paisaje nos resulta un tanto desértico por momentos, tan sólo en algunas lomas próximas aparece arboleda más tupida. Quizás sea la vecina subida de Cumbres Verdes lo que vemos a nuestra derecha. La pendiente se sitúa en algún momento al 15%, punto en el que dejamos de prestar atención a lo que nos rodea y nos centramos en la carretera. Al girar a la izquierda vemos frente a nosotros, loma arriba, cómo traza varias herraduras… Por suerte, aún estamos frescos.
Enlazamos un par de curvas y salimos de un segundo km. consecutivo por encima del 10%. Ya pasó lo peor, desde luego, aunque no conviene celebrarlo con demasiado entusiasmo, aún queda bastante para coronar el Collado del Muerto.
Con una pendiente tan elevada es normal ir ganando altitud rápidamente, hecho que se agradece sobremanera, pues la panorámica, como es lógico, siempre será mejor cuanto más arriba estemos. Aprovechando el curveo vemos cuán bajo queda Monachil e incluso la cercana Vega de Granada.
No tarda en aparecer la siguiente pareja de herraduras, que pasamos sin excesivo sobresalto, a pesar de que la cuesta persiste en ganar metros al cielo con premura. En cualquier caso, salvo algún punto concreto, la pendiente tiende a suavizarse hasta que lleguemos al cruce de la cantera. El contraste de unas lomas parduzcas cubiertas por algunas manchas de olivos con otras grisáceas resulta llamativo a la vista.
Pasaremos otro par de paellas antes de afrontar el que es, sin lugar a dudas, el tramo más duro del puerto. Antes de coronar un primer altillo habremos de afrontar rampas de hasta el 17%, unas rampas que se mantienen el suficiente número de metros como para provocar que nos retorzamos sobre nuestras bicicletas.
Este pequeño suplicio acaba junto al camping de El Purche y nos concede un descansillo que -esta vez sí- buena falta nos hace. Corto se queda, desde luego, ya no sólo porque el respiro nos sabe a poco, sino porque por primera vez desde que iniciamos la subida podemos atisbar la hermosa silueta del Veleta, allá arriba. A nuestra derecha, de unas lomas cuasi desérticas hemos pasado a contemplar un fértil valle.
Después de la bajada, unas pocas pedaladas nos separan de alcanzar el Collado del Muerto y enlazar tras un nuevo y corto descenso con la carretera que asciende hasta la estación de esquí desde la capital.
Nuestro próximo objetivo ahora –a estas alturas tenemos claro que es necesario parcelar el ascenso y marcarse objetivos “menores”- pasa por coronar el siguiente collado, Las Sabinas. Para ello aún nos restan 12 km. y habremos de superar sobradamente la en España poco frecuente barrera de los 2.000 m. de altitud.
Los primeros km. después del descansillo transcurren por la carretera general, por lo que el tráfico puede ganar en intensidad, pero lo que notaremos con suma presteza es que la pendiente ha suavizado. De hecho se estabiliza siempre próxima al 6 y 7 por cien, con algún pico ligeramente superior.
También aparece, desde que hemos coronado el primer collado, un frondoso pinar que nos acompañará durante varios kilómetros. Además, al llegar al “Barranco de las Víboras” cambia por completo el paisaje: nos hemos introducido de lleno en el valle del Genil. La espectacularidad del mismo viene dada por la altitud de las montañas que encajonan el río, cuyas aguas fluyen más allá de donde nuestra vista es capaz de alcanzar.
Después de salvar el “Barranco de las Víboras” con comodidad, continuamos el ascenso durante 8 km. en que la pendiente sigue estable. De hecho así será has
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