Comentario: Eclipsada por la dureza de su opuesta, la vertiente que parte de Antequera ha sido habitualmente infravalorada por los cicloturistas que se acercan a probar sus fuerzas en las terribles rampas de El Torcal de Antequera.
No vamos a discutir sobre la dificultad de una y otra, pero sí que queremos reclamar la atención merecida para esta subida que, sin estar exenta de buenas rampas en su primera parte (conviene, además, no olvidar que los últimos tres km. son compartidos por ambas), posee un especial encanto y belleza y transita, además, por uno de los pueblos más monumentales de Andalucía.
En “el corazón de Andalucía” está este hermoso pueblo de casas enjabelgadas, en el mismísimo corazón, pues se ubica entre Córdoba, Granada, Málaga y Sevilla, por lo que no es de extrañar que, a lo largo de su historia –y su rica prehistoria- haya sido paso y solaz de los distintos pueblos que se han asentado en la península. Y es que, por si su situación estratégica fuese poco, la vega antequerana es una de las zonas más fértiles de la comunidad andaluza hoy día y que ya en tiempos de los romanos adquirió notable fama por la producción de uno de los mejores aceites del Imperio.
Partimos desde el centro de la ciudad y por doquier afloran monumentos en forma de alcazaba (conocida como fortaleza del “Papabellotas”), iglesias, palacetes, conventos, colegiatas e incluso hospitales, todos ellos de estilos variados (renacentistas y barrocos principalmente). A medida que salimos del pueblo ya en un primer km. de cierta dureza, podremos comprobar al mirar hacia nuestra izquierda que el número de monumentos del pueblo es verdaderamente ingente, no exageramos un ápice.
Pero al abandonar el pueblo, justo al coronar este primer repecho que le da salida, nuestros ojos se topan inevitablemente con la mole rocosa de la Sierra de la Chimenea –así se llama la sierra donde se encuentra el Paraje Natural de El Torcal de Antequera-, a la par que un leve descenso nos conduce a una especie de valle.
Poco a poco comenzamos a subir de nuevo por una zona bastante abierta y sometida de continuo a tempestuosos vientos.
Varios son los restaurantes que pasamos en nuestro trayecto, pero va a ser justo cuando transitemos junto a un camping, en las inmediaciones del nacimiento del río de la Villa, cuando empecemos a notar de nuevo que la carretera vuelve a empinarse.
A la izquierda vemos el collado por donde ha de salir la carretera, que sube en una larga recta y se pierde en un giro a derechas. Los próximos 6 km. se van a caracterizar por la alternancia entre fuertes rampas de dos dígitos y descansillos hasta coronar un primer alto.
La recta que nos lleva a las primeras herraduras es, desde luego, terrible, y tan sólo cortada por un pequeño descanso intermedio. Es allí, en las herraduras, donde vemos un cartel que hace referencia a la “Boca del Asno”, tal vez por rememorar el lugar donde se produjo la batalla homónima en 1410 en que los musulmanes sufrieron una derrota a manos de los cristianos.
Sea como fuere, las herraduras nos van a conceder, por lo menos a nosotros, un respiro –uno de los últimos- antes de afrontar los terribles tres últimos km. Además, gozaremos en este punto de unas admirables vistas sobre el valle que hemos remontado y sobre la vega antequerana al fondo, donde asoman incluso las casas del pueblo.
Dos herraduras más –y éstas no precisamente llevaderas- nos sitúan prácticamente en un primer altillo que, cuando ha sido ascendido en carreras profesionales, ha recibido el nombre de Alto de El Torcal, tal vez por el cartel de su cima.
Las vistas hacia el Sur, con los Montes de Málaga y la Sierra de Mijas y los distintos pueblos y aldeas que se encaraman en sus laderas, resultan sobrecogedoras y lo serán aún más a medida que continuemos nuestro ascenso.
Tras una corta y suave bajada, giramos a la derecha en un cruce y afrontamos el trecho definitivo y distintivo de este puerto. Pronto una larguísima rampa rectilínea aparece ante nuestros ojos a medida que la velocidad disminuye y nuestra respiración se hace más forzada. Aciertan, desde luego, –e incluso se quedan cortos- quienes comparan esta rampa con la famosa “huesera”.
Nos vamos introduciendo en un roquedal de formas características, caprichosamente esculpidas por los agentes erosivos en la roca caliza al correr de los siglos, que infunden una especie de halo mágico a la escalada, sobre todo cuando está presente la niebla. Son los dominios de la cabra montés, que campa a sus anchas al amparo de las angosturas de la piedra.
Coronamos por encima de los 1.200 m. de altitud y un corto descenso nos sitúa en el final de la carretera, donde se ha construido un Centro de Recepción de Visitantes y un pequeño Observatorio Astronómico, además de haberse habilitado una cochera.
Desde luego, lo que más nos sorprende es que aún ninguna carrera «profesional» haya estimado finalizar una etapa en este paraje.
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